No se si es un tema de costumbres o quizás el paso del tiempo, pero tras pasar unos días en cualquier gran ciudad ya me empieza a picar todo… Tengo la sensación de que todo me desborda y siento la necesidad de volver a escapar a lugares de menor densidad, dónde instantáneamente soy capaz de fluir mejor y, sobretodo, tengo la cercanía de la naturaleza.
Si a todas esas sensaciones soy capaz de adjuntarles la presencia del mar, entonces ocurre algo de lo más especial: llegué una vez más a ‘casa’, uno de aquellos hogares transitorios dónde las preguntas sobran y te sientes bien, muy bien.


Tras los días en Santiago, por cierto ya hace unas semanas de eso, se dieron mil aventuras, como siempre llenas de sorpresas e imprevistos. Personas que se cruzan en tu andadura, lugares increíbles e imágenes para nunca olvidar. Las noches pernoctando en cuarteles del Cuerpo de Bomberos de Chile pasaron a ser prácticamente algo habitual y muy recurrente, especialmente en los pueblos grandes…

Desde la capital chilena tuve el placer de compartir parte de la ruta con Britta, una alemana amante de la escalada que andaba viajando por Sudamérica durante su año sabático. El buen humor y los días de aventura se sucedieron sin igual.
Parada técnica en la costa para cargar pilas en Los Vilos, pueblo de tradición pesquera, ricas empanadas de marisco y atardeceres de infarto, lo que comentaba antes… casa.


Desde la costa decidimos continuar la ruta hacia el interior, punto desde el cual uno empieza a observar notables cambios en el paisaje. Parajes cada vez más y más áridos, los árboles se transforman en cactus y las temperaturas diurnas aumentan de manera exponencial. El desierto te saluda y se hace hueco curva tras curva.

Desde los Vilos seguimos por la carretera 47 hacia Illapel. Una vez pasando por la Reserva Nacional Las Chinchillas tomamos el desvío por la D-895 hasta desembocar en la población de Combarbala.

Atardeceres espectaculares y pistas de gravel se convirtieron en la dinámica de nuestro día a día. Para que decir que aquellas jornadas fueron pura diversión y aventura. Por si fuera poco tuvimos la posibilidad de vivir el eclipse solar subiendo a uno de los cerros, imagina el vivir dos amaneceres y dos atardeceres el mismo día!
Desde Combarbala nos embarcamos por la D-605 hacia Punitaqui hasta desembocar en la población de Ovalle, donde tras reponer fuerzas tomamos rumbo hacia Andacollo por la D-595 atravesando el embalse Recoleta.
Cerro tras cerro, calurosos días y frescas noches. Paisajes prácticamente lunares, anticipando el aspecto del Norte Chileno.
Sin duda uno de los highlights del tramo fué el paso por la ‘Ruta de las Estrellas’, el llamado circuito Antakari, uniendo la comuna del rio Hurtado con el Valle del Elqui.
Pistas de tierras rojizas, excavaciones mineras y alguna que otra estancia dedicada a la cría de ganado. La paleta de colores montaña tras montaña no te deja soltar la cámara por mucho tiempo y aquí si… si lo tuyo es el gravel, ya tienes una asignatura pendiente por estas tierras.

Tras días de aventura en las montañas damos con la Autopista hacia La Serena, en el valle del Elqui. Tráfico, coches, bocinas y luces de nuevo. Vuelta a la civilización, aunque ésta vez con un regusto dulce, cuando se que me voy a reunir con mi gran aliado, mi mejor terapia, el mar.
