
Tras los días en Mendoza, de clima agradecido, rodeado de buenos vinos y paisajes otoñales era hora de hacer frente a una etapa que llevaba bastante tiempo en mi cabeza. El cruce de la cordillera andina por el paso de los Libertadores. Ésta es la pequeña historia de cómo un cicloviajero mediterráneo cruza Los Andes en plena ola de frío polar.
La salida de Mendoza me pareció impresionante, uno va encarando las gigantescas cadenas montañosas y va observando kilómetro tras Kilómetro los cambios en el paisaje. Verdes, rojos, anaranjados y amarillos se van fundiendo al paso.

El primer alto en el camino fue en el pueblo de Uspallata, dónde debido a las condiciones meteorológicas tuve que hacer un pequeño alto en el camino. El paso hacia Chile por la cordillera estaba cerrado por fuertes nevadas, así que aproveché para visitar el cerro de los 7 colores. Una ruta preciosa de aquellas que te ponen los pelos de punta si te gusta el gravel.
El frío se hacia cada vez más patente y a esa altura, que tampoco es que fuera nada del otro mundo, los botellines de agua ya amanecían semicongelados con Olivia durmiendo al raso. Recuerdo el bajar del cerro con los ojos llorosos y los mofletes adormilados…

Tras un par de dias de espera, llegó la tan esperada noticia. El paso hacia el país vecino se había abierto de nuevo. Once de la mañana y 4 grados bajo cero. En casos así prefiero no guiarme por los números, sino por sensaciones, aunque siempre hay ese factor psicológico que te persigue y te hace no dejar de darle vueltas. Para mi, la mayor duda era si tendría suficiente ropa de abrigo y el salir en estas condiciones sin saber exactamente dónde podría parar a pasar la noche ya que, evidentemente uno va preparado con cierto equipo, pero hasta ciertos límites.

A lo largo del paso te acompañan los vestigios de lo que fueron antiguas rutas del transporte minero por mediación de tren. Me parece increíble el imaginar cómo tenia que ser entonces, cuando ahora, aún contando con el transporte rodado y mejores tecnologías no resulta fácil en muchas ocasiones. En cualquier caso, el decorado ferroviario hace que la ruta sea aún más épica.

El final de las jornadas de pedaleo siempre confluían en manos y pies entumecidos y la cara medio dormida, y es que justo se avecinaba un frente de frío polar que los mismos locales comentaban como prematuro para la temporada. Mi idea inicial en este punto era la de poder montar la tienda de campaña (carpa) en algún rincón de la ruta pero las duras condiciones de frío me hicieron replantear la situación rápidamente.

Llegando a Puente del Inca encontré un hostel donde poder pasar la noche. Estaba ubicado en la antigua oficina de correos del pueblo. En el hostel ‘El Refugio’ me recibieron con un café humeante y su correspondiente torta frita y me hicieron sentir como en casa. También tuve la oportunidad de conocer a un grupo de estudiantes de montañismo de Buenos Aires con quienes compartí buenos mates e historias diversas.

A la mañana siguiente el termómetro marcaba -19 Cº a las 9:00 am. La própia condensación se había congelado en las ventanas del dormitorio y, por supuesto, tuve que derretir con agua caliente el resto olvidado de agua en los bidones de Olivia.
La parte positiva era que amanecía un día soleado, así que era el momento de darle zapatilla y avanzar antes de la puesta.
Carreteras escarchadas y de pavimento deteriorado rumbo a la frontera no sin antes pasar por el Parque Provincial Aconcagua, dónde se encuentra la cima más alta de América con 6.962 m.

Ya van bastantes kilómetros pedaleando bajo las inclemencias del tiempo y siempre he salido del paso en cuanto a equipación y ropa. Aunque he de decir que en este tramo eché en falta un calzado y unos guantes de más abrigo. Creo que sólo a mi se me ocurre el lanzarme a esta ruta con Sneakers y guantes largos de verano, y ahí va el tip… ni se os ocurra…

Pasando la cumbre y tras el típico registro de frutas y verduras en la aduana entramos a Chile y se viene esa espectacular imagen que tantos días llevaba esperando. La bajada de la cuesta Caracoles. Sólo basta con ver un par de imágenes para descubrir de dónde le viene el nombre.

29 curvas a modo de serpentín de carretera congelada y oculta en la sombra te quitan el aliento en la primera de ellas. Tan sólo el asomarme me quitó el frío de golpe. Ni siquiera recuerdo las veces que paré para contemplar la estampa.
Tras el mágico descenso y entrar de nuevo en zonas térmicas más habituales quedaban un par de etapas bastante llevaderas, aunque desde la población de Los Andes las opciones para llegar a Santiago no es que sean demasiado diversas fuera de las dos principales autopistas. Hecho que se repetirá en las rutas dirección norte.


Increíble el pensar que después de 5 meses y 4000 kilómetros desde mi partida en Ushuaia llegaría pedaleando a una gran ciudad como Santiago de Chile. Mil aventuras vividas y esperemos que más de mil que quedan aún por vivir.
Es hora de recomponerse y descubrir la capital Chilena. Un montón de nuevos proyectos abordan mi cabeza, a ver que tal se dan… Próximamente Olivia y yo pondremos rumbo norte, hacia dónde las velas apunten, hacia donde el viento nos lleve.